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UNA EXPERIENCIA CON EL MOCASE - VIA CAMPESINA

19 Agosto 2006

Por Laura Rincón (Colombia)

 


Alejándonos de los ruidos de la civilización de la ciudad de Buenos Aires y adentrándonos en las silenciosas planicies de Santiago del Estero, empieza el descubrimiento de otros mundos que ya son posibles y que están construyéndose hace más de 15 años por los “cumpas” del Movimiento Campesino de Santiago del Estero – MOCASE, Vía Campesina -

 

Entre el campo y la ciudad construyendo utopías

 

Tuve la oportunidad de compartir 10 días el aire que respiran los “cumpas” del

MOCASE-VC, y esta experiencia me abrió una ventana más desde donde también se mira y se construye la utopía: el campo y los campesinos, tantas veces olvidados e ignorados desde estos espacios urbanos.

La idea de que el campo está dejando de existir es recurrente en muchos discursos académicos y se sustenta en la evidencia del crecimiento desmesurado de nuestras ciudades latinoamericanas, entre otras cosas. Bajo este argumento y muchos más, los espacios urbanos nos seducen y empezamos a verlos y entenderlos como encerrados en sí mismos. Más allá de sus fronteras físicas visibles, no sabemos muy bien qué pasa y en ciertos ámbitos tampoco hay mucho interés por saberlo.

 

Pero entonces sólo necesitamos recorrer unos cuantos kilómetros para encontrarnos, de repente, con estos campesinos que cada vez se apropian más de su territorio y de su identidad de campesinos-indígenas. Nos muestran que el campo tiene tanta vida como la ciudad y nos recuerdan que su lucha como campesinos, en últimas, tiene el mismo sentido de muchas luchas que se están dando en diferentes ciudades del mundo. La lucha por el derecho a la tierra significa finalmente el derecho a la vida del hombre en cualquier campo y en cualquier ciudad del planeta: es la búsqueda de la soberanía alimentaria como eje central que posibilita la vida.

 

Su proyecto político ha ido trascendiendo el hecho de la apropiación y la recuperación de tierras, llegando al reconocimiento de que “después” de la tierra y la alimentación, también hay otros derechos fundamentales para el desarrollo del hombre. Por eso hablan de una Reforma Agraria Integral que parte, efectivamente, de la democratización de la tierra pero que además implica una defensa de todos los derechos que hacen posible la vida y el desarrollo de las capacidades del hombre y de las sociedades en general.

 

Es emocionante descubrir que el campo realmente existe, más allá de las plantaciones de soja que han irrumpido en esos espacios homogeneizando paisajes, expropiando valores culturales propios de las comunidades campesinas (que tienen una fuerte identidad indígena), y poniendo en riesgo la soberanía alimentaria, la sostenibilidad del medio ambiente y finalmente, la posibilidad de la reproducción de la vida. Entonces, más allá de esos monocultivos, de la soledad y la quietud aparentes de los paisajes que vemos por la vía, allá, en la “nada”, detrás de la soja, detrás del “monte”, entre la tierra y el polvo que son como el telón que todo lo cubre, vive mucha gente, gente más viva que muchos otros que corren entre las bocas del subte todos los días a las 8 de la mañana.

 

Son los campesinos del MOCASE-VC que nos muestran los espacios que han ido construyendo en sus campos. Espacios de esperanza que se han ido extendiendo hasta las ciudades como abriendo surcos sobre el monocultivo de soja y sobre los suelos áridos de las llanuras, transformando un poco las fronteras y los límites que se demarcan en los mapas. Ellos miran hacia acá, ven y actúan en las ciudades porque también hacen parte de su escenario de lucha. Los compañeros del MOCASEVC están construyendo un mundo diferente que nos implica a todos, pues su proyecto político se construye bajo una visión de totalidad realmente impresionante.

 

Conocen, participan y apoyan de diferentes formas a varios movimientos de base en las ciudades y también tejen redes con compañeros del MST del Brasil fundamentalmente, pero también con otros movimientos sociales latinoamericanos.

 

Reconocen que el capitalismo se expresa de diferentes formas en el campo y en las ciudades, en el norte y en el sur, pero lo cierto es que la violencia y la atrocidad de su accionar es similar. Esto nos obliga a integrarnos en un proyecto que hoy más que nunca requiere la unión de espacios y la complicidad para juntar demandas, resistencias, acciones particulares, sueños y utopías. Tal como dijo un viejo campesino de una comunidad, “la lucha es por un cambio global, es muy difícil pero nosotros y ustedes lo hacemos posible”.

 

Me pregunto si acá en las ciudades nosotros reconocemos, o al menos podemos llegar a imaginar lo vivo que está el campo y los campesinos. Me convenzo de que es necesario atrevernos a sacar nuestros cuerpos de las fronteras del cemento, para dibujar un mapa donde la utopía que construimos en estos espacios urbanos, también incluya a los campesinos y sea capaz de abarcarnos a todos.

 

En la sal de El Saladillo

 

Después de un par de días en la central del movimiento en Quimilí, salgo hacia una de las comunidades de base del MOCASE-VC que se encuentra en El Saladillo. Entonces la magia cada vez es más grande a medida que nos vamos cubriendo más y más los cuerpos de polvo, mientras nos adentramos en la aridez del terreno por en medio de la soja que pareciera cubrirlo todo. En estas épocas de agosto el paisaje es seco, casi como un desierto. No hay evidencias de agua ni de humedad, sólo polvo.

 

Entonces empiezo a compartir con los compañeros de El Saladillo ese aire seco y empiezo a sentir que lo que se respira, más que oxígeno es puro polvo, pero es un polvo con un olor y un sabor extraño a libertad. Empiezo a consumir el agua que les permite vivir y que misteriosamente sale de un pozo que han hecho aparecer en esa aridez. Es un agua con arsénico según dicen, es la que los alimenta en su lucha.

 

Entonces me pregunto lo que puede estar haciendo allá adentro de cada uno de esos cuerpos, esa agua que sale del fondo de la tierra con residuos de un engaño: el veneno con el que se fumiga la soja transgénica, que alcanza a penetrar la tierra hasta envenenar la fuente misma de vida. Siento los rayos del sol como flechas y el viento frío de agosto que sacuden fuerte, dejando sus marcas en esos rostros golpeados no sólo por el clima sino por la historia.

 

Como habitante de la ciudad, me siento en ese paraje totalmente aislada e incomunicada, en un poblado de 20 ranchos en medio de la “nada” donde sólo llega un camino polvoriento que muy pocos autos se han atrevido a transitar en un viaje de

2 horas desde Quimilí que se encuentra a 60km. Pero la supuesta incomunicación es mágica porque estoy totalmente conectada con el mundo de la resistencia y de las luchas anticapitalistas que se dan en muchos rincones de nuestro planeta: hablan de los sin tierra de Brasil, de los zapatistas de Chiapas, de Cuba, de los movimientos campesinos de Córdoba, Misiones, Mendoza, de los desocupados en las ciudades y de tantos “cumpas” más regados por el mundo.

 

Pero la verdad es que durante años estos campesinos han sido y se han sentido ignorados, invisibilizados, inexistentes para la sociedad, para el Estado, para la ciudad, para el mundo. Pero justamente ese sentimiento ha sido la fuerza para movilizarse y hacerse sentir, guardando, valorando y protegiendo su identidad de campesinos y su herencia indígena, tal como lo han estado haciendo en los últimos años a través de la resistencia, de las marchas y protestas. Entonces no es difícil trasladarse a cualquier poblado de algún país de nuestra América Latina para reconocer historias de colonialismo y explotación similares, para imaginar los sentimientos compartidos que puede haber entre personas diferentes pero al mismo tiempo iguales. Sin embargo no todos los pueblos oprimidos cantan como lo hacen ahora estas voces agitadas por el viento y el polvo, encendidas por las llamas del fuego y vitalizadas por la historia, por el pasado y por un futuro mejor. Todavía hay muchas voces calladas en el mundo que dicen lo mismo aunque no estén cantando, sin embargo sus silencios no logran ahogar todo el ruido del planeta. Es necesario cantar, incluso gritar.

 

Es algo realmente impactante y mágico estar en las llanuras solitarias y polvorientas de Santiago del Estero, en un poblado perdido entre el monte y la soja y encontrarse con unos campesinos con una conciencia y una formación políticas tan sólidas. Tan generosos, llenos de fuerza, esperanza e inteligencia. Gente alimentada con agua y arsénico, con polvo y tierra, con viento, con fríos y calores intensos, con despojos, violencia e injusticia, pero también con las delicias que les da el monte, la naturaleza y su trabajo que está siendo cada vez más reapropiado. En ese “desierto” ellos saben hacer milagros para poder cultivar algo y para mantener animales como cabritos, vacas y otros. No se sufre de hambre, se come sin graves limitaciones y cualquier alimento tiene el dulce sabor de una victoria que está empezando a hacerse visible, que ya es posible y real en esos espacios de libertad y autonomía que en el día a día construyen los compañeros del MOCASE-VC, a pesar de que tanto polvo los quiera hacer invisibles.

 

Pienso que el estar allí, en pie, bajo esa nada llena del todo,  resistiéndose a la tentación de las ciudades y el consumismo, ya es parte de su victoria.

 

Trabajo, tierra y libertad

 

Para los integrantes del movimiento con los que tuve la posibilidad de conversar, el logro más grande que han tenido en estos años de formación, resistencia, lucha y transformación social, es sentir y reconocer que su trabajo les es propio, que son

“dueños” de su trabajo, que trabajan para ellos mismos, para sus familias y para su comunidad. Esto lo han logrado, básicamente, gracias a la apropiación de la tierra como medio esencial de producción para todos. En este sentido, su lucha se dirige hacia una defensa del territorio comunitario, y no a la defensa de la propiedad individual. De esta forma, el uso de los recursos básicos para la producción también es comunitario.

 

Su mayor orgullo como campesinos del MOCASE-VC es reconocer que no trabajan para ningún patrón, que no reciben ningún salario y que incluso así, se puede vivir, y se puede vivir mucho mejor porque no se sienten explotados por el capital. Esto les está permitiendo, dentro de las agresiones constantes que sufren por parte de diferentes estamentos del “control social”, vivir más dignamente y re-apropiarse de la libertad y la autonomía que fueron perdiendo los pueblos originarios durante años de colonización y explotación. Parece claro que la libertad significa, en este caso, negarse a la venta de la fuerza de trabajo, desarrollar el trabajo autónomo, y al mismo tiempo, apropiarse y disponer de la tierra para desplegar su trabajo y poder producir para su propio consumo.

 

Convivir en medio de una lógica de lo “comunitario”, bajo otros códigos culturales ajenos y extraños a nuestras prácticas urbanas-occidentales, impacta realmente en la vivencia concreta de las prácticas cotidianas, y nos abre una ventana más para corroborar que la “esencia” del hombre es cultural y se construye históricamente.

 

Posiblemente en estos campesinos renacen más fácilmente los valores y las prácticas de la solidaridad, la ayuda mutua y la reciprocidad, por la herencia tan fuerte de las culturas indígenas que habitaron esas tierras, las cuales, seguramente, funcionaban bajo otras racionalidades diferentes a la que vino a imponer el capitalismo. La apropiación colectiva de la tierra y el trabajo autónomo y solidario, se escuchan en los sones revolucionarios alimentados por el fuego y el viento que nunca se detienen en esos campos santiagueños. Así, esta experiencia nos sirve para darnos cuenta, una vez más, que otro mundo YA está siendo posible, que en medio de la lógica del capital existen mundos como este donde las relaciones sociales y las formas de producción, están sustentadas en unas racionalidades que doblegan y retan al sujeto exclusivamente individualista y egoísta, que el capitalismo reconoce como único.

 

Con el polvo en la ciudad

 

Y regreso entonces a respirar estos Buenos Aires que se sienten más húmedos pero no por ello logran colmar los pulmones con el oxígeno necesario para vivir. Es necesario recordar y atraer ese viento que remueve el polvo y hace danzar el fuego allá en las llanuras santiagueñas. Es necesario dejar que ese viento también se nos cuele entre los poros para seguir removiendo nuestras conciencias urbanas, y para encender todavía más, las llamas rojas que se expresan en las diferentes formas de resistir y construir otros mundos en las relaciones del día a día, tanto en el campo como en la ciudad. Vuelvo reconociendo que también estos vientos húmedos de las ciudades cada vez logran filtrarse más dentro de los cuerpos de una gran cantidad de personas, para humectar nuestras conciencias y echar a andar el remolino de sueños, de utopías y prácticas concretas que están transformando este mundo.

 

Con los bolsillos llenos de ese polvo victorioso vuelvo a esta ciudad. Allá quedaron aires húmedos de la ciudad y el convencimiento compartido de que nuestros pulmones deben nutrirse de un oxígeno que se purifica, sólo cuando mezclamos aires con diferentes olores, sabores y contenidos, pero todos danzando con la misma melodía: esa que entona la resistencia y la lucha por una transformación de este sistema.

 

Entonces los vuelvo a ver allí, a los “cumpas” del MOCASE-VC, en sus campos, transformando los rigores de la naturaleza y las injusticias del sistema económico, político y social en espacios de esperanza, y esto nos obliga a mirarlos desde esta burbuja urbana, con un respeto total.


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